Historia de un viaje de película al Impenetrable chaqueño
Catorce personas emprendieron el viaje solidario llevando no sólo alimentos sino también mucho amor de parte de la gente de Junín.
Debido a las intensas lluvias que cayeron en el impenetrable chaqueño, el grupo de voluntarios de Junín Esperanza del Chaco estuvo varado en Fuerte Esperanza, luego de realizar la tarea que los lleva a aquellas tierras cada año. Después de vivir un sinnúmero de experiencias, el grupo volvió con el corazón rebosante de alegría y las energías puestas en el próximo viaje.
Los integrantes charlaron con La Verdad sobre el viaje y contaron que “de entrada el grupo estaba de buen humor y el viaje, a pesar de la niebla, fue óptimo. Los últimos 140 kilómetros fueron interminables y difíciles de transitar, pero la ansiedad por llegar nos desbordaba. Nos dijeron que había llovido y que entremos por el segundo camino, cercano a Miraflores, cosa que hacemos, y ni bien bajamos a metros de la ruta el camión se encajó. La preocupación reinaba, se pidió ayuda y vino un tractorcito pequeño que, por más buena voluntad y esfuerzo que hizo, era imposible sacarlo. El sol se retiraba y se pidió ayuda a la municipalidad de Miraflores, quien nos envió un tractor que pudo sacar el camión del barro. Allí hicimos noche y a la mañana trataríamos de ingresar al Impenetrable”.
Llegada
Las fuertes lluvias habían anegado todos los caminos hasta Fuerte Esperanza y el grupo, a pesar de haber pedido ayuda, no tenía como llegar hasta allí. Tuvieron oportunidad de hablar con la intendenta de Miraflores y pedirle ayuda, a lo que ella les respondió que “yo estoy haciendo más de lo que me corresponde, construyendo una escuela junto con padrinos y asfaltando calles”, sugiriendo que dejaran las donaciones allí y no el Fuerte Esperanza.
Una vez que supieron que el camino estaba mejor, partieron para el Impenetrable.
“La alegría se mezclaba con la ansiedad y, con el mal estado de los caminos, se complicaba mucho para pasar con el camión. Sin luces, no cargaba el alternador del camión, iba guiado por un auto delante y otro detrás. Luego de cuatro horas divisamos las luces del pueblo y nos invadió una gran emoción al ver nuevamente a la Hermana Elsa. Luego de los saludos comenzamos a descargar todo lo que era alimentos en pack, medicamentos, zapatillas y útiles. Nos quedaban las cajas familiares, el pelotero, los bidones de agua y todo lo que llevaríamos a la escuela. Preparamos la cena, entre risas y charlas, y luego nos fuimos a dormir”, contaron.
Lluvia intensa
Al día siguiente, que era sábado, amanece lloviendo y, todos los planes que tenían, se desvanecen. Los caminos se hicieron imposibles de transitar y el día se pierde. En los planes originales, el domingo a primera hora el grupo volvía para Junín, pero esto no parece poder cumplirse ya que el domingo sigue lloviendo.
Los chicos siguieron relatando que “empezamos a comunicarnos con nuestros familiares, les explicamos la situación y surgen las preocupaciones: la principal, el trabajo. A pesar de todo, el buen humor reinaba en el grupo y planificábamos distintas variantes de cómo entregar los alimentos, pero siempre el clima nos jugaba una mala pasada. El pueblo cada vez iba quedando más incomunicado, no llegaban proveedores ni nadie entraba ni salía. Las bromas y chistes nos hacían más llevadero el tema. Los mensajes y charlas con nuestras familias nos mantenían al tanto de lo que ocurría, pero muchos empezábamos a extrañar. El martes al levantarnos no llovía, pero los caminos eran un desastre y decidimos hacer la chocolatada y el pelotero para los chicos del pueblo. Más de cien chicos, muchas veces bajo la llovizna, jugaron, cantaron y comieron dulces. No pudimos entregar la mercadería tal cómo lo habíamos planeado, pero igual quedamos muy contentos”.
La despedida
Preocupados por la entrega, la hermana Elsa consigue una persona que tenía una camioneta con un carrito y con él se podría llevar los alimentos a Pompeya y a Nueva Población, para llegar a la gente del monte.
“Esta persona nos cobraba pero era la alternativa más viable, ya que los caminos no mejoraban y con nuestros vehículos no podríamos llegar. Mientras tantos, nos dirigimos al destacamento de policía de Fuerte Esperanza, donde nos dieron un certificado que por razones humanitarias estábamos allí y que, por el mal estado de los caminos, estaríamos varados hasta el viernes y no podríamos emprender el regreso. Volvimos y varios nos fuimos al comedor a armar bolsas con ropa, para entregar según pedidos que nos habían hecho mujeres que se nos acercaban. Entregamos pañales, leche y cajas a familias del monte que habían venido al pueblo”, dijeron.
Luego siguieron contado que “la lluvia seguía y la desazón avanzaba, ya que cada vez que nos ilusionábamos con ir al monte, el cielo lloraba. Un grupo salió a repartir alimentos a la gente más necesitada del pueblo. Festejamos el cumple del “Colo”, uno de los integrantes del grupo y nos fuimos a dormir, ya que se había decidido que nos volvíamos a Junín, una grúa junto con un camión carretón y un 608 encabezarían la partida que se sumaría nuestro camión y los autos por detrás”.
La vuelta
El jueves 8 de mayo hacía una semana que el grupo había salido de Junín y habían decidido volver, más allá del clima reinante.
“A las 7 de la mañana era la hora acordada para juntarnos con la gente de la grúa, el camión carretón, el 608, nuestro camión y luego los autos, con la certeza de que pase lo que pase en el camino la grúa nos sacaría. Nos despedimos de las hermanas y le encargamos que repartiera las cajas que habían quedado. Luego de quince kilómetros de barro, se encaja el camión y casi decidimos volver al pueblo, pero nos dicen que la lluvia estaba pronosticada por una semana entera. Además, ya estábamos preocupados por nuestros trabajos. Llevábamos cinco horas en el camino y sólo habíamos avanzado treinta kilómetros, nos costaba cada vez más andar. Nos encajamos con los autos, la grúa se queda sin gasoil, peor panorama no podía haber”, relataron.
A continuación, siguieron las peripecias y siguieron contando que “todos nos pusimos a empujar y a hacer fuerza, imposible sacarlos. Llega la noche y allí nos quedamos, esperando ayuda, estábamos todos separados, a más de ocho kilómetros del otro grupo.
Como pudimos nos acomodamos para dormir, no fue fácil esa noche, en nuestras mentes rondaban nuestras familias, los otros chicos, el frío, y además seguíamos incomunicados”.
Seguir camino
El viernes 9 de mayo, luego de haber hecho noche en el camino, los chicos del grupo se levantaron temprano, a la espera de poder ayudar a los vehículos encajados.
“El tiempo pasaba y el relevo no venía. Esteban se quedó en un puesto donde habíamos ido a pedir ayuda, Gonzalo se volvió al camión y Adrián caminó unos seis kilómetros para encontrarse con los otros chicos que estaban encajados y ver cómo estaban. Luego de una larga espera, llegó el tan ansiado tractor, que de a poco fue sacando a los vehículos del barro. El conductor nos indicó qué camino seguir, cuál era el que estaba en mejores condiciones, y así llegamos hasta dónde se encontraban los otros chicos, eran la una de la tarde. Una inmensa alegría nos invadió ya que estábamos de nuevo todos juntos y desde allí tendríamos que emprender viaje hasta un pueblo llamado Pampa del Infierno. Era hora de arrancar, por fin llegaríamos al asfalto, cosa que logramos luego de casi cuatro horas de transitar ese camino”, relataron.
“Difícil de explicar con palabras la alegría que teníamos al llegar a la ruta – contaron emocionados-. Otras vez bocinazos, abrazos, llantos. Todo se mezclaba, allí había señal, por lo que rápidamente empezamos a comunicarnos con nuestras familias. Llegamos a Sáenz Peña y decidimos hacer noche en un hotel. Nos faltaban 970 kilómetros para llegar a Junín”.
La llegada
A las 10 de la mañana del sábado, el grupo emprendió en tan ansiado regreso a Junín.
“Emprendimos el viaje a Junín, tranquilos y con la energía suficiente para aguantar las horas que faltaban. Por supuesto que se puso feo y se largó a llover, cosa que ocurrió durante gran parte del trayecto. Cuando llegamos a Pergamino, emprendimos los últimos 90 kilómetros en caravana. En Junín, los chicos que se habían quedado, sumados a los familiares, prepararon una fiesta de recibimiento para nuestra llegada, en especial para los que por primera vez habían viajado y habían vivido esta experiencia única y, ojalá, irrepetible. Difícil es explicar con palabras la llegada, los familiares, amigos y colaboradores del grupo, todos esperándonos con una hermosa bandera que decía “Bienvenidos a casa”, culminaron contando.