Hace algo menos de 10 años, esta columna se ocupó de la relación entre las islas Malvinas y una Nueva Constitución. En aquel texto se sostenía que, siguiendo las enseñanzas de Jorge Francisco Cholvis –que es uno de los más competentes constitucionalistas de nuestro país– ni la Constitución Nacional de 1853 ni la de 1949 (o sea la fundante y la última verdaderamente irreprochable) indicaban con certeza ni la extensión verdadera ni los límites precisos del territorio nacional de la Argentina.
Ya entonces, tampoco se establecían ni precisaban las bases teóricas para definir innovaciones como la estrenada ayer domingo, cuando el pueblo argentino dio una muestra entre confusa y ambigua de su verdadera y profunda voluntad electoral.
Los resultados de la jornada electoral de ayer son coherentes con el estado harto confuso de la vida democrática argentina de los últimos tiempos. En los que ya no se trata de comparar las Constituciones de otros países –hermanos todos– que sí delimitan con detalle sus territorios y sus deberes y derechos, que son sagrados para sus pueblos. Ahí están la Constitución Mexicana de 1917, la Bolivariana de 1999 y la de Ecuador de 2008.
Una materia en la que la Argentina, ha padecido un retraso sistemáticamente grave: la ejemplar Constitución de 1949, que institucionalizó con absoluta precisión el concepto de soberanía fue fruto de la conciencia que tenía el gran jurista entrerriano Arturo Sampay –padre y redactor de esa Constitución– quien definió que los ríos interiores debían ser de "inalienable soberanía argentina", subrayando el derecho de libre navegación pero a la vez condicionando todo a la decisión del Estado argentino.
Como tod@s este país sabe –o debería saber– la extraordinaria Constitución Nacional de 1949 fue derogada en 1956 precisamente por sus virtudes y visión patriótica y luego de feroces bombardeos aéreos sobre Buenos Aires que dejaron cientos de civiles y niños muertos. Y Constitución luego velozmente reemplazada mediante un grotesco decreto militar que retrocedió casi 100 años la democracia de este país al restablecer la de 1853. Verdadero crimen jurídico y constitucional que no se debió al peronismo sino a los grupos más retrógrados del antiperonismo rabioso de los años 50 del siglo pasado y cuya bestialidad no se sustentó en ideas ni debates democráticos sino en prepotencia y brutalidad. Lo que hizo nacer la engañosa autocalificación de "libertarios" que no libertan nada, derivados de una revolución autocalificada de "libertadora" que tampoco libertaba nada sino todo lo contrario.
Mucho antes, la reforma constitucional de 1949 había rediscutido la originaria Constitución Nacional de 1853, cuyo texto fue reformado durante el gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1952) y encuadrado dentro de la innovadora corriente jurídica mundial que se llamó "constitucionalismo social" y que incorporaba los Derechos Humanos –laborales y sociales– a la vez que aseguraba la igualdad jurídica entre hombres y mujeres, los derechos de la niñez y la ancianidad, la autonomía universitaria, la función social de la propiedad y la elección directa del presidente, el vice y los senadores y diputados, que además podían ser reelectos.
Más adelante el general Pedro Eugenio Aramburu, al frente de la autodenominada Revolución Libertadora, derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón y derogó todos los poderes constitucionales el 16 de septiembre de 1955, cuando impuso una nueva y autoritaria jerarquía jurídica que tenía como norma suprema a "los fines de la revolución" por encima de la originaria Constitución Argentina de 1853 y sus reformas de 1860, 1866 y 1898.
Un cuarto de siglo después del derrocamiento de Perón –que él esquivó exiliándose sucesivamente en Paraguay, Venezuela y España– Cholvis enseñó que tampoco ese objetivo se pudo alcanzar porque "el invasor inglés mantiene y agiganta su presencia en los espacios terrestres y marítimos que ocupa". Y se niega a entablar conversaciones sobre soberanía y no respeta las resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Es asombrosa la ignorancia actual acerca de todo esto, que ahora es de candente actualidad. Y es que ya es obvio que no han sido casuales sino perversamente instaladas la ignorancia y desconocimiento acerca del pasado de la población argentina actual.
Obvio es decir que todo lo anterior se ha escrito en caliente, sobre la hora del cierre de esta trascendental edición de Página/12, puesto que esta nota debe cerrarse antes del escrutinio final. Para entonces, 50 millones de compatriotas se enterarán de que fueron zarandeados durante más de un siglo por mentiras telefuncionales y unitarias.
Muy bien estuvo ayer y anoche el sistema de votación: veloz, fácil y limpio. Pero el horror inesperado vino después, cuando nadie sabía si los resultados que se publicitaban al boleo y sin fundamentos eran ciertos.
Casi todos los medios exageraron todo, silenciaron a los que callaban por desconcierto, y rápidamente el país entero empezó a ver quiénes eran los soberbios gorilas sonreidores, en tanto los otros sectores –peronistas y demócratas varios– no decían ni mú mientras los así llamados gorilas mostraban fantásticas performances, operando con velocidad de hormiguero pateado y mostrando datos y guarismos tan ciertos como exagerados. Fueron casi dos horas de ominosas afirmaciones, a las que contribuyeron los silencios más bien tontos de algunos sectores populares.
Lo peor de la noche, patético, es que no votó un tercio del electorado. Y los resultados mínimamente confusos empezaron a ser evaluados a partir de sonoros triunfos libertarios en Chubut y en Santa Fe. Mientras a todo esto LLA era puras sonrisas.Y el peronismo hacía silencio.
Los paneles de periodistas cipayos celebraban todo en estado casi orgásmico. Y no eran pocos los que –confirmado a esta columna– se alistaban para vivir una década de dolor por la Patria perdida.
El sopapo popular había sido gigantesco, violento. Así que a llorar, nomás. El pueblo se disparó no un balazo en los pies, sino que fue suicidio.
Como dijo a este columnista un amigo que prefiere el anonimato: "Es como que la Argentina ha muerto; ahora habrá que revivirla. O seremos colonia, nomás".
Este redactor confiesa su desolación. Sobre todo porque ahora sí la Argentina está lista para ser vendida de a fragmentos.
Y parece mentira, pero se sabe que hay peronistas contentos con esa posibilidad, y hay que decirlo. Como hay llantos que nadie escuchará.
Y este columnista confiesa que no sabe, ni conjetura, si esta jornada será la de la muerte del peronismo.
Pero sí sabe o cree saber que que esta vez el peronismo enlodó su propio camino. Y varias de sus dirigencias –no todas, es cierto– no son inocentes. No del todo. También por eso reconstruir la esperanza será la más ardua tarea.
Este columnista se va a dormir –es un decir, si acaso duerme– con la inquietante sensación de que todavía hay gato encerrado en este desdichado sainete.