Cuando la dictadura golpeó el corazón de la Universidad
El 29 de julio de 1966, la dictadura de Onganía desató una brutal represión contra estudiantes y docentes en la UBA. Fue el inicio de una intervención feroz que desmanteló el sistema universitario más avanzado de América Latina.
La noche de los bastones largos: cuando la dictadura golpeó el corazón de la Universidad
El 29 de julio de 1966, la dictadura de Juan Carlos Onganía desató una violenta represión en la Universidad de Buenos Aires que marcaría un quiebre en la historia educativa y científica del país. Con bastones en mano, la Policía Federal irrumpió en cinco facultades y golpeó brutalmente a estudiantes, docentes e investigadores que resistían la intervención militar de la universidad. Aquella noche, conocida desde entonces como "La Noche de los Bastones Largos", culminó la expulsión de cientos de académicos y cambió para siempre la historia del desarrollo intelectual argentino.
En los meses previos al golpe, la democracia tambaleaba desde sus cimientos. Arturo Illia había llegado a la presidencia con el 25% de los votos, gracias a la proscripción del peronismo. Era un presidente débil, presionado desde todos los frentes: militares, sectores conservadores, la Iglesia y hasta por una oposición fragmentada. En la Argentina de mediados de los 60, se respiraba un clima de violencia política, con olor a pólvora y uniforme. “Todo el mundo sabía que en algún momento se iba a dar un golpe. La presencia militar era muy fuerte”, recuerda el periodista Luis Bruschtein, quien en ese entonces tenía apenas 17 años.
En ese contexto, la Universidad de Buenos Aires vivía su momento más brillante. La autonomía, el cogobierno tripartito y la conexión entre ciencia, docencia y realidad social hacían de la UBA una de las casas de altos estudios más prestigiosas de la región. Se abrían nuevas secretarías, el CONICET becaba a jóvenes investigadores, y la Facultad de Ciencias Exactas lideraba la transformación científica. “Era un clima de libertad enorme. El pensamiento crítico no era un discurso: era una práctica cotidiana. Era la época dorada de la UBA”, señala Bruschtein en diálogo con C5N.
Esa universidad avanzada, laica y humanista chocaba de frente con los valores reaccionarios del Ejército. Los roces con los estudiantes eran cada vez más frecuentes y se acrecentarían a partir del 28 de junio de 1966, cuando el general Juan Carlos Onganía irrumpió en el poder y lanzó la autodenominada “Revolución Argentina”. El Congreso fue disuelto, se intervino la Corte Suprema, se prohibió toda forma de actividad política. Solo la universidad pública se mantenía como un reducto democrático. Duró poco.
El 29 de julio llegó el golpe final: Onganía firmó el decreto de intervención a las universidades nacionales. Se acababa el cogobierno. Se prohibía la política dentro de los claustros. Se nombraban decanos e interventores a dedo. Y cuando estudiantes y docentes intentaron resistir con una toma pacífica, el aparato represivo del Estado respondió con una violencia hasta la fecha inusitada.
La medida de lucha de la comunidad universitaria fue decidida a través de una multitudinaria asamblea que se realizó en el aula magna de química, que en aquellos años funcionaba en la Manzana de las Luces. "Los discursos eran durísimos en defensa de la universidad. Se decidió que la toma iba a ser pacífica. Se cerraron las puertas con la gente adentro”, rememoró Bruschtein, quien se encontraba cursando el curso de ingreso.
La represión no tardó en llegar. Esa noche, cientos de policías armados con largos bastones de goma, recién estrenados, irrumpieron en la Facultad de Ciencias Exactas. Fue una cacería. Tiraron gases lacrimógenos por las ventanas, y destrozaron las puertas de ingresos a arietazos. “Entraron tipo Gestapo”, definió Bruschtein ilustrando la escena. Las fuerzas de seguridad formaron una doble fila en el pasillo central y obligaban a estudiantes y docentes a pasar corriendo mientras los golpeaban salvajemente.
El relato encuentra eco en las voces de quienes ya no están, pero dejaron testimonio. “Fue una noche inolvidable en el peor de los sentidos. Yo estaba caminando por el hall principal cuando se abre una puerta y aparece un oficial de policía. Detrás de él aparece una docena de muñequitos que se van poniendo en el fondo. Me acerqué personalmente al que parecía ser un oficial, lo saludé, me presenté y le pregunté qué estaba pasando. Nunca olvidé el rostro de de este señor, esos bigotes. Me miró, levantó el fusil y gritó ataquen", relató Carlos Méndez Mosqueda, entonces vicedecano de Arquitectura, en un documental realizado por la UNSAM para Canal Encuentro. "Goethe decía que no hay nada más aterrador que la ignorancia en acción. Eso fue la sensación, la ignorancia en acción y la ignorancia triunfando", agregó.
"Nos llegaron de gases y cuando ya no podíamos respirar empezamos a salir. Me acercó a un oficial y le pregunto por qué habían entrado. Inmediatamente aparece un tipo muy corpulento que me grita ´hijo de puta´, me pegó un palazo en la cabeza y me tiró al suelo. Me levanté y me volvió a pegar. Nos decían comunistas, judíos, hijos de puta. Hicieron una doble fila y a medida que íbamos saliendo nos pegaban con su bastón", manifestó el exdecano de Exactas, Rolando García, en el mismo documental.
La represión dejó más de 400 detenidos y 300 heridos. En los días siguientes, más de mil docentes renunciaron. El 70% del cuerpo académico de Exactas dejó su cargo. Muchos emigraron. Venezuela, Brasil, Estados Unidos, España. Nunca más esa facultad volvió a ser lo que era. “El nivel académico de la universidad no se recuperó nunca. Ese clima de libertad que era tan importante para el pensamiento científico se convirtió en una cosa escolástica, rígida y vigilada”, lamentó Bruschtein.
El eco de 1966 en la Argentina de Milei La historia no se repite, pero a veces rima. Casi seis décadas después, la Argentina atraviesa otro momento bisagra. No hay golpes militares, pero sí un plan sistemático de destrucción del Estado que golpea con fuerza a la educación, la ciencia, la salud pública. El ajuste de Javier Milei castiga de manera feroz a las universidades, desfinancia al CONICET, destruye hospitales y despedaza las estructuras del Estado.
Profesionales altamente calificados abandonan sus cargos, emigran o buscan trabajos en el sector privado para sobrevivir. Las autoridades universitarias advierten que el presupuesto no alcanza ni para pagar la luz. Y, cuando las comunidades académicas marchan o protestan, la respuesta vuelve a ser la represión.
“Es todavía más grave”, advierte Bruschtein. “Hoy la economía demanda mano de obra calificada. Si querés tener un país con riqueza real, necesitás una estructura científica que respalde ese crecimiento. Pero los modelos neoliberales no necesitan educación pública fuerte, porque no tienen en perspectiva un país productivo. Solo quieren exportar materia prima, sin valor agregado”.
Como en 1966, el enemigo vuelve a ser la educación pública y el pensamiento crítico. Hoy, como entonces, el sistema universitaria está en riesgo. La estigmatización desde el poder es constante. Milei acusa de "nido de zurdos" a quienes piensan y sueñan con un país distinto. La noche de los bastones largos no fue solo una represión. Fue un mensaje: el conocimiento es peligroso para quienes quieren un pueblo dócil. Y si lo que se impone es la ignorancia, la historia ya nos mostró cómo termina.