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Raúl Junco, poeta, escritor, músico y militante
Martes, 21 de mayo de 2013
A los 7 años me expulsaron de la Escuela, porque no quise retirar de mi cuaderno la foto de Perón y Evita
Nos recibió en su casa días antes de celebrar los 65 años, que justamente los cumple este martes 21, aunque él dice que lo anotaron el 23, lo cual es motivo de festejo los dos días… (relata entre risas, mientras nos prepara un exquisito estofado). Nació en Resistencia, pero fue gracias a la música que pudo recorrer todo el país, al integrar como músico el Balet folclórico de Bagual Fuentes. Su vida estuvo signada por duros momentos, pero también de los otros, esos que lo han mantenido incorrupto en sus convicciones.
“Recorrí pueblo por pueblo, fueron diez años hasta el 74. Años después me afinqué en Buenos Aires, en Capital unos años, por otro trabajo”. Padre de cuatro mujeres, con cinco nietos y una bisnieta; casado, separado y vuelto a juntar unas cuantas veces, describe, hoy vive sus días junto a Edi su compañera, en Colonia Benítez. En el ’95 se afincó en “Pueblo Benitez” como le gusta llamar, “los pobladores me decían, Junco así que viene a vivir acá y yo les corrijo, acá vengo a morir, no vengo a vivir; así que me tendrán que aguantar bastante”, comienza la charla que se extenderá por más de tres horas.

Su ingreso al mundo artístico cultural fue por medio de la música a los diez años, pero todo se fue dando de a poco. Comenzó guitarra con una profesora del Conservatorio Fraccasi, Mercedes Arredondo de Galassi, también algo de canto y lectura de solfeo. De ahí fue a estudiar en la Escuela de Música, hoy Instituto Superior; a instancias de su vecina la Profesora Yolanda Pérez de Elizondo., donde fue abanderado y tuvo la oportunidad de codearse con otras figuras del quehacer cultural. Recuerda que los amigos de Ricardo su padre, a quien describió como un hombre muy leído, lo acercaron al arte.

Después continuó ligado a la música, “repartía mis horarios de estudios, con lo de oficinas y el Bagual, que por culpa de la música me atraso un poco” y detalla que la primaria la realiza en la Escuela 26 y es allí donde queda marcada a fuego su convicción y después militancia peronista, ya que lo expulsan a los siete años porque no quiso sacar la foto de Perón y Evita que tenía en su cuaderno. De allí pasó a la nocturna en la Escuela Zorrilla. La secundaria la finalizó en la vieja Escuela de Comercio, para ir a estudiar Medicina en Corrientes, “pero los compañeros no necesitaban médicos, sino enfermeros”, dice Junco y un año después ingresa a esa carrera en la vecina ciudad de Corrientes. Pero el destino quiso que meses después se complicara todo, ya que “andaba prófugo de la Dictadura militar porque formaba parte de Montoneros”.

Perseguido hasta en los montes

Hijo de padres militantes, con un hermano ya fallecido, Raúl fue orgullo de su progenitor, un obrero peronista que aún en esas épocas difíciles pudo mantener indemne sus convicciones. Prófugo durante mucho tiempo, se vio obligado a dejar sus estudios y su trabajo en la Dirección de Rentas.

Esta etapa de su vida estuvo marcada a fuego, recuerda con cierta nostalgia como con dolor, “me tuve ir, me dieron opciones como Tucumán, Rosario, Buenos Aires y Entre Ríos y yo preferí quedarme acá, pero irme al monte”. Un grupo grande de sus compañeros conformaron en el Chaco el grupo Monte de Montoneros.

“Allí pasé muchas peripecias feas, porque nunca pude conectarme con esos compañeros, algunos de ellos los volví a ver después de muchos años”. Situación esa que lo llevó a habitar los montes chaqueños en soledad, pasando muchas penurias y momentos de peligrosidad, ya que los comandos de la Dictadura habían desatado por aquellos años una caza de brujas sobre los militantes del Peronismo. Entre Quitilipi, Sáenz Peña, San Bernardo y Villa Berthet, Raúl Junco pasó eternos meses, atravesado por el dolor, el peligro, la ausencia y porqué no el olvido.

“Rompí un cerco que hicieron, porque buscaban a un tal Andrés que era mi nombre de guerra y ahí la pasé muy feo. Una vez pasé a Quitilipi y tuve que regresar porque ahí no me conocía nadie, la gente no podía ayudarme porque tenía miedo”, rememora mientras suenan de fondos acordes chamameceros y los visitantes atentamente seguimos su relato.

“Estuve prófugo desde el ’75 hasta junio del ’76 cuando caigo en Resistencia porque me vine tres veces a la ciudad y ahí me esperaban”. Preso durante casi ocho años, primero en Investigaciones, luego la Alcaidía; posteriormente a la UII de La Plata de ahí Devoto, más tarde a Rawson, regresando después a Devoto cuando finalmente encuentra la libertad el 29 de diciembre de 1983. Los primeros seis meses de su captura estuvo incomunicado y fue ahí donde confirmó que lo que vendría sería aún más difícil.

“Me encarcelan por militante montonero, también por peronista”. Recuerda haberla pasado “muy mal”. Pero aún así sus convicciones no claudicaron y hoy 30 años después puede sostener su dura historia con orgullo y el convencimiento de que la lucha valió la pena. Dice que a Montoneros llegó por su militancia peronista, “comienzo a militar a los 8 años. Cuando me echaron de la Escuela a los siete años Papá se puso muy orgulloso; aunque esa militancia le hiciera perder el trabajo en una Fábrica Textil de Barranqueras”.

Su padre era dirigente gremial y también fue detenido por la Dictadura del 56, junto a Deolindo Bittel y otros compañeros más. Aunque estuvo poco tiempo tras las rejas, perdió su trabajo y tuvo que dedicarse a changuear para ayudar a su familia, “para ellos fue un martirio, porque perdieron todo”. Y como la historia se repite, cuando Raúl Junco recupera la libertad en el ‘83, el tema era “cómo comenzar de nuevo; no es que salí como un héroe, porque esto fue como los compañeros de Malvinas”. Tuvo que golpear muchas puertas, Derechos, Cáritas y Amnistía Internacional, “y hasta ahora es una lucha que no se reconoce, sí lo hacen los militantes, Hijos, algunas organizaciones políticas, pero todo quedó en veremos”. Sostiene, sin dudarlo, que la sociedad, al igual que con Malvinas, hay cosas que no quiere conocer o reconocer.

El retorno

Su militancia, dice, la plasmó en un libro que está trabajando y que ya tiene tres tomos y se llama Historia de Militancia. Comenzó en el 2001, un ensayo sobre historia que aún no vio la luz, al igual que un importante número de letras que compuso y poesías que lo tienen inmerso en un mundo de sentidos que lo han llevado a una permanente creación de obras como la última, “De Cal y de Arena”, un libro que contiene poemas de los más variados, algunos escritos en música, versos libres o métrica.

Esta última etapa de su vida, cuando pudo retomar su trabajo y retornar a la música, emprendió el camino que lo trajo de regreso al Chaco, “lo que sí nunca dejé de escribir y componer”. Ya en esta provincia, y tras haber tomado contacto con la superestructura del folklore nacional al ser nombrado secretario cultural de la Juventud Peronista; se reencuentra con los amigos de siempre y empieza a restablecer la cercanía con su gente, esa que a pesar de los imponderables de la vida no permitió que el olvido, se sobrepusiera a la militancia y la lucha.

Hoy ya afincado en Pueblo Benítez, recuerda que el amor por el lugar surgió de niño cuando su padre lo traía a visitar a un amigo, y rápidamente se enamoró de su geografía, sus aljibes, su arboleda y los pájaros. “Un día mío es sencillito y de alpargatas”, como describe desde una de sus poesías más reconocidas, “no tengo horario de levantarme, pueden ser las 6 de la mañana como la 10 y lo primero que hago es poner la pava y preparar el mate, para después venir a mi escritorio a escribir algo o componer”.

“A las 11 voy al bar de mi amiga la Colorada a estar un rato con las vacas, los perros, a reírme un rato y tomar mi cervecita. Después vuelvo a cocinar y almorzar con mi compañera; a la noche lo mismo compartir algo con ella y los fines de semana son los días en que tengo visitas o salgo. Por fortuna, siempre estoy rodeado de gente”, concluye la charla con nosotros. Después nos dispusimos a degustar el exquisito estofado y a escuchar esos chamamecitos y canciones que nos llegan al alma y a él también, porque sus ojos en lágrimas así lo descubren. Sin dudas que la historia se seguirá escribiendo y la del poeta y amigo Raúl Junco, aún tiene mucho por contar…


Alejandra Saucedo

Fotos Jorge Tello


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