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Barrio San Pedro Pescador /Tony Zalazar
Jueves, 4 de abril de 2013
Nómade segundo viaje: Es un camino que nunca concluye dicen por ahí
Sergio nos abre las puertas del paraíso y el barrio de murales pintados se presenta con todos sus colores al sol omnipotente del sábado.




9:30 la partida

El viaje es un camino hacia la identidad. Es un camino que nunca concluye dicen por ahí.

Tengo un amigo que viaja simplemente para comprobar la bondad del espíritu humano, recorrió medio oriente a dedo y llegó a escribir “vagabundeando por el eje del mal”, su muestra poética de la tesis esperanzadora. A mí me llama Corcho Benítez, director del Ce.Cu.Al., para invitarme al proyecto Nómade, y hacer un viaje-crónica al Barrio San Pedro Pescador. Pienso y temo que las palabras me sean insuficientes para reflejar la bondad del lugar, replicar la belleza del paisaje y compartir la simpatía de su gente. Por suerte me encuentro con los ojos y cámaras fotográficas de Leandro Arasa y Sebastián Romero, niñitos barbudos con sed de viaje. También cuento con Sergio Falcón, baqueano del barrio y artista plástico comprometido con la historia del San Pedro Pescador. Nos conduce Beto Guarnieri (nestoralberto.guarnieri, su facebook), en una Land Rover con más de 300.000km de pura aventura. Su experiencia en turismo alternativo, y la buena onda de los compañeros que llevo, son garantía de un viaje revelador. Ahí vamos, a divertirnos y a aprender todo lo que se pueda de “lo que para nosotros, nómades, es una aventura, y para otros, según Lucas Britos Sánchez, es una sofocante rutina”.



10:30 la llegada

Sergio nos abre las puertas del paraíso y el barrio de murales pintados se presenta con todos sus colores al sol omnipotente del sábado. Los chicos del Ce.Cu.Ba. (Centro Cultural Barrial del Golf Club) ofrecieron su arte y los vecinos entregaron los frentes y costados de sus casas para que se pinte la identidad barrial. Reinan los pescados en las paredes (surubíes atigrados, una especie de cascarudo que toca el acordeón, un pescadote galáctico y los clásicos pescaditos que dibujamos todos los que jugamos a dibujar), en la carnicería pidieron que se pinte un cuero de vaca, la costurera pidió una máquina de coser; hay un San Jorge montado en un aire acondicionado, un estero con irupés y carpincho, y mucho, mucho más arte que configura el aspecto lúcido y alegre del barrio). La calle principal, recién asfaltada, cruza por el centro de salud reluciente, por la escuela primaria y secundaria casi vírgenes, que en homenaje a las maestras correntinas que trabajan ahí se llama “Provincia de Corrientes”, nos lleva por un templo evangelista y por la iglesia San Pedro Apóstol. Llegamos a la infaltable canchita y ahí nos metemos. Desembarcamos y vamos directo a la barranca. Una cruz de cuatro o cinco metros yace forrada de basura, “HAY PECAO” reza un cartelito donde debiera decir INRI. “Es mi obra” dice Sergio, “la basura es un problema también acá, algo cultural. Los vecinos ven que otros tiran basura en la costa y los imitan. Cuando la emplazamos los malloneros que la veían se persignaban desde sus canoas, mostraban su fe ante la cruz de la basura”. Después una tormenta la arrancó y ahí yace a metros del desbarranque, coronada de un montoncito de basura. Ahí cerca también están los escombros de lo que fue una casa. Tuvieron que desmantelarla porque el río, que come vorazmente la costa, amenazaba con llevársela. “Este es el gran problema, la necesidad de una defensa que resguarde el barrio” nos cuenta Sergio. El barrio justamente se pobló por acción del agua, gente que huía de las islas de Antequeras, en la inundación del 82, se instaló en la zona más alta del lugar. Seguimos caminado un poco más por la costa, mientras Sergio va a anunciar nuestra llegada al anfitrión, y nos acercamos al puente, sobre calles de cemento de lo que fue el obrador en la construcción del puente, ahí el olor no es agradable. Pienso en la basura, veo unas cercas de madera e imagino una porqueriza, ¿crían chanchos ahí? Llagamos a uno de los lugares donde atracan las canoas, vemos ascender a un par de hombres, nos alcanza Sergio y seguimos. Nos adentramos en el Paraná sobre el muellecito “¡¿Te imaginás una noche acá, bajo la luna, con una chica?! Tiene que ser lesbiana si te dice que no”. Miro el chocolate incesante y me imagino lo dulce que debe ser esa noche.





11:40 Conociendo a Odiseo

Nos metemos en un pasillito de árboles y patios tortuosos. Sorteamos el laberinto y en el patiecito de nuestro anfitrión, Don Morales Alegre, pleno sentimos cómo el viento del río, filtrado por árboles múltiples, hamaca el acordeón de un chamamé maceta. La frescura de esas sombras musicales es un ancla para el corazón de nuestro hombre. “Nada hay más dulce que la patria de uno y de sus padres” dice Ulises en la Odisea, sin embargo Morales escapó de corrientes, su lugar de origen, para instalarse hace más de veinte años en este lado del Paraná y hacer de la costa su lugar en el mundo. Sergio quiere que se presente y nos asombre con sus aventuras. “Canillita, futbolista, almacenero, repartidor de frutas cultivadas por leprosos en la Isla del Cerrito, vendedor de ballenitas en Buenos Aires, mallonero acá y ahora jubilado, felizmente jubilado”. Se presenta Morales Alegre, con su humor espumeante igual que el mate que nos extiende. “Tengo más historias de milnovecientosyantes, qué sé yo, y no quiero saber tampoco” usa de muletilla al narrarnos su vida. Nos cuenta de los turnos que anotan los malloneros en un pizarrón para ordenar la pesca. “Hay avivados que te calan y se quieren colar, con trompadas y cuchillos se entiende uno ahí”. Muestra su machete tallado por uno de los artistas que estuvo en la residencia para artistas que coordinaba Richar de Itatí en la casita del frente de la de Morales. Lo escucho y pienso que a Morales el apellido le dice qué está bien y qué está mal, y él opta siempre por lo correcto, es un hombre sentencioso. Sin embargo “Alegre” es su apellido elegido, su actitud ante la vida. Realmente entusiasma verlo con esos 71 años puestos encima de un físico intacto y un espíritu impecable (parece que le robó 20 años a la vida), alegra escucharlo contar la aventura de vivir. “De chico me alimenté muy bien, en el campo había frutas, mucha leche directa de la vaca y el cote que me hacía mi abuelo. Y hablando de comer ¿qué hora es? ¡Vamos a comprar el pescado!”



12:30 Conocemos a Manuel y a Walter

Vamos en busca de los pescados, recorremos los pasillitos laberínticos, metemos las cabezas en los freezers que se nos abren llenos de surubíes y después de dos intentos damos con un patí ideal (4kgr) y una sarta de bagrecitos especiales para la morocha aceitosa. En la misma casa donde compramos los pescados, Beto descubre a un hombre que teje mallones, se llama Manuel y aprendió ese arte de su padre a los 13 años. Nos cuenta que además es portero del colegio y ahí, mediante el plan joven, intenta enseñarles a los chicos a tejer. “¡Hasta 5.000 se puede ganar tejiendo un mes! Pero cuando hay peces se gana más pescando que haciendo redes, por esto los chicos se interesan poco en aprender a hacer los mallones”. Después nos ofrece empanadas de pescado que hace su mujer, nos muestra el menjunje fragante y nos enseña cómo hacen grasa casera.



“Cuando se quiere, hay trabajo” concluye Beto.

Vamos ahora en busca de la sangre de Cristo, un montón de perritos callejeros se nos cruzan, se rascan la sarna y siguen. “Un veterinario se hace la papa acá” comenta uno de los fotógrafos. Antes de llegar al kiosco nos cruzamos con Walter Barrios, catequista del San Pedro Apóstol, que nos estrecha la mano y nos dice que más tarde se integra al grupo. Mientras compramos los vinos y el levité, de la nada aparece una canoa cruzando la calle, dos hombres la llevan en un tráiler y tres chicos se cuelgan y la tripulan. La llevan hacia el costado de la cancha, le falta masillar y pulir, y luego un nombre y la pintura que la distinga. Las canoas las compran en Itatí y las terminan en el barrio. Tras ella desandamos el laberinto y nos disponemos a dar inicio al festín. El dueño de casa saca de la heladera unas empanadas, nos arma la mesa y se pone a cortar los pescados, mientras la morocha se calienta sobre el fuego y Antonio Ríos, desde el equipito de Morales, nos habla de su mala gata que tanto daño le ha causado. Sergio corta un descartable y ahí, con mucho hielo, vierte la sangre de Cristo. Todo esto me recuerda el fragmento de la Odisea en que Ulises expresa “No creo yo que hay un cumplimiento más delicioso que cuando el bienestar perdura en todo el pueblo y los convidados escuchan a lo largo del palacio al aedo sentados en orden, y junto a ellos hay mesas cargadas de pan y carne y un escanciador lleva y trae vino que ha sacado de las cráteras y lo escancia en las copas. Esto me parece lo más bello.” Realmente cada cosa adquiere su valor original en ese espacio y tiempo del San Pedro Pescador. Es un lujo estar ahí con toda esa gente. Llega Walter con más empanadas, nos cuenta que fue mallonero pero ahora es pescador de hombres, le gusta más la construcción espiritual de su gente. Y además estudió Ciencias Políticas en Corrientes, a él le gustaría organizar políticamente a su barrio. “Necesitamos un municipio más cercano para gestionar las instituciones que nos faltan, una comisaría, registro civil y más cosas para la gente.” El barrio forma parte de Colonia Benítez y está un tanto lejos de su espacio e intereses.



Los bagrecitos fritos crujen sabrosísimos con sus espinas, aletas y cola, el limón estride sobre ellos, la cumbia mueve las cabezas y los pies, y enviada por Iemanjá o quién sabe por qué diosa aparece entre los árboles Noel Rocka, artista plástica del Ce.Cu.Ba., que cómodamente se instala entre los siete hombres que devoramos el pescado. La delicia es completa.

Se me ocurre intervenir en la música del anfitrión para compartir el tema 6 de “Collage de río”, de Seba Ibarra.



15:20 Y ahí suena para todos “Pan del río”

Amanece bajo el puente,/ abre un ojo la ciudad de enfrente/ todo es naranja y rojo, ojos/ redes y orilleros./ Las canoas se mueven juntas/ por el corcovear del río/ y los hombres bajaron juntos/ bromeando por el camino/ que el pan saldrá de ahí, / aunque el horno se esté apagando./ Hay recambio bajo el puente,/ el de la noche vuelve/ otro se va/ y los perros salen corriendo, / van percibiendo al que trae más/ y las manos se mueven juntas/ arrojan el pan del río./ Perro y pez se miran fijos/ sólo uno comprende el rito/ del pan que está ahí./ Y los peces se mueven juntos/ queriendo volver al río/ el hombre llama a su hijo/ porque quiere mostrarle tanto / que el pan salió por fin/ aunque el horno se esté apagando./ Son las siete bajo el puente/ se oye ruido en la ciudad de enfrente/ ya el día se muestra entero,/ los colores marrones y verdes/ las canoas quedaron juntas conversando con el río/ nuevos hombres subieron juntos/ charlando por el camino/ que el pan salió de ahí.



Sigue sonando el disco y Morales nos cuenta que él también compone letras y recitados para el chamamé. “Me gustan la poesía y el acordeón del disco este” afirma nuestro hombre abierto al arte. Después nos exhibe sus objetos artísticos, un as de basto hecho de un metro de aliso, y unas víboras también de madera que descuelga del limonero real, a la falso coral le falta un ojito de masilla pero igual inyecta simpatía. Nos reímos de esas creaciones tan originales que le obsequiaron los chicos del Ce.Cu.Ba y yo le digo a Morales “Vos sí que debés ser feliz, tenés un palo verde y una hembra en la misma obra”



15:45 Llega el Sapo Agustín

“Y yo tengo el as de espada”, con una voz que pisa fuerte y una renguera de alcohol y sacrificios, se presenta Agustín. Tiene unos 65 años que lo engordaron y encanecieron un poco, fue canillita de ElTerritorio, conoció al perro Fernando, estuvo en Ezeiza esperando a Perón y sigue trabajando de mallonero desde hace más de veinte años. Ni bien lo ve a Walter le recuerda su apodo “¡Chapa de cartón!”. Morales le censura la burla y le pide que hable más bajo, que escuchan todo los vecinos. “Pero si por culpa de este negro no tenemos casino. Se enojó el gobernador y ahora no tenemos nada. No nos van a hacer más la defensa”



Casi sí, casi No: un K-sino

Hace un par de años se hablaba de la construcción de un casino en el barrio, un templo absoluto del capitalismo, impulsado por Lotería Chaqueña. Varios vecinos querían que se instale por las promesas de trabajo, sin embargo la mayoría se movilizó con la consigna “¡No a los juegos y vicios! ¡Sí a la vida sana y tranquila!” y logró frenar el proyecto que afectaría su forma de vida. Muchos artistas acompañaron el deseo de la gente y mediante sus obras movilizaron conciencias y sentimientos, y ayudaron a visibilizar el conflicto. Yo pensé en qué hubiese pasado con el famoso tema de Ramón Ayala, “el cosechero”, si triunfaba el casino. Su letra tendría que alterarse también, una letra alternativa puede ser “De corrientes vengo yo/ el casino ya se ve/ en la costa un jugador/ gimiendo va por culpa del crupier.”



Para dispersar la discusión Morales entra a su piecita, revienta un sapucay que se replica en Carlos, un vecino que al olfatear el vino fluyente y los chipá cueritos que unas nenas nos vendieron, se instaló al margen del patio y desde ahí escucha todo y asiente o disiente con la cabeza nublada de vino. Y después del sapucay duplicado sale Morales con una bolsita cargada de dibujos y fotos; un retrato que le hizo relámpago (Horacio Silvestri) junto a su balona, el pino que está entre su casa y la ex residencia para artistas, dibujado por una mujercita, él a los 27 años, en una foto, junto al equipo que viste la primera camiseta de Mandiyú, su hijo vestido de karateca en otra foto. Revistas que hablan del barrio. Un librito de una muestra de chaqueños curada por Stupía y Noe. “Ese señor estuvo acá, es director de Arte o qué sé yo, y no me importa tampoco” dice de Felipe Noe. Se nos hace tarde y decidimos abandonar la sombra que nos dio el mural colectivo que le hicieron en su casa, Diego Pogonza con un gauchito Gil perfecto, la virgencita negra de Sergio Falcón, el clásico mbiguá de Panter (Jorge Alegre) y unas lagartijitas pintadas por Noel Rocka. Lo seguimos a Agustín, vamos a ver su chacra.



17:30 termina con una chacra

Camino a la chacra cruzamos por la cancha, el barrio se reúne en torno a los 14 jugadores que traban sus músculos tras el balón; algunos vecinos bailan cumbia en un patio, al lado de la canoa que vimos hoy, otros alineados al borde de la cancha esperan que pierda uno de los equipos para entrar a jugar, otros en familia toman mate y comentan las jugadas. Cruzamos y sacamos fotos de los jugadores brillosos de sudor. Llagamos a la chacra y Morales nos abre un tejido que funciona de puerta. Ahí, a mano de cualquiera, descansan las herramientas. “¿¡Quién va robar herramientas!?” dice Walter ante nuestra preocupación. “Los pibes de acá están bravos, pero con las herramientas no se meten”. Recorremos la chacra y vemos cómo en una tierra barrosa, no ideal para el cultivo, hacen crecer mandioca, batata, maní, cebollita de verdeo, perejil y mucho más. Agustín nos desafía a ver quién pude arrancar una planta de mandioca. Pruebo y mi esfuerzo apenas si mueve la planta. Él dice “más vale maña que fuerza” y rastrea una cadena que enlaza a la planta y a un palo con el que hace palanca, aún así no pude extraer las raíces de la mandioca, y en eso una parva de mosquito nos quiere chupar todo el vino de las venas. Desesperado me prendo del tallo y le ayudo a cosechar. Repartimos las raíces y huimos. Agustín saca de bolso el último vino y me da para que lo abra. Descubro que el pico está roto y el vidrio molido cae al fondo de la botella. Morales la toma y la toma, traga el vino y abre la boca con un pedazo de vidrio en la lengua, “ya está” dice y celebramos la jornada con un zambullón más en la alegría.



18:00 retirada y raíces al abismo

Nos estamos retirando como el sol y Walter quiere que antes de irnos veamos la casa de Florencio Maciel, a diez metros del desbarranque. Nos acercamos al lugar y Florencio nos muestra el banco de arena que está desviando el canal del Paraná y hace que el agua se coma la costa cada vez más rápido. “Hace cinco años celebramos ahí el matrimonio de mi hija” dice y señala diez metros Paraná adentro. Una casa por la mitad pende en la barranca y un árbol con las raíces al abismo, al río que corre veloz, hacen de metáfora del barrio.

Vamos saliendo y como despedida los surubíes al costado de la ruta intentan pescar a un comprador. Fue un día mágico, de diversión y aprendizaje, un día para repetir.



Editor Responsable: Jorge Tello
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