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Por Miguel Ángel Molfino
Miércoles, 8 de octubre de 2014
El olor de la manada
Un día despiertan inquietos, tal vez han soñado algo que ya han olvidado, es una mañana más en la vida pero, no obstante, una parte dormida del instinto ha empezado a abrir los ojos, de a poco, no con astucia, sino como si una tormenta de sospechas estuviera cerca de estallar.

Desde entonces, viven inquietos, intuyen que algo no está bien; ahora los ojos del instinto se posan sobre los que siempre fueron sus padres, los ven distintos –no atinan a saber por qué, la súbita distancia es un escalofrío que vacía la espalda, y creen escuchar, muy pero muy lejanamente, los tam-tam de otra sangre. De una sangre que es dulce, tibia, familiar, hecha de pérdida, llanto y esperanza.

Llega el momento en que los jóvenes cachorros ventean el aire y más allá de los sonidos de la familiar sangre lejana, olfatean un olor único, idéntico al propio; huelen un tumulto de olores.

¿Yo soy esos olores?, se preguntan.

¿Y quiénes son ellos, los que huelen como yo?, se dicen.

Y así empiezan a recorrer el sendero que los lleva hasta su manada. Su manada perdida. Su manada robada.

Siguiendo ese olor que, inexplicablemente, lo arrojaba al llanto, a la duda, a redoblar la voluntad, a persistir bajo los aguaceros de la angustia, el 2 de noviembre de 2009, Martín Amarilla Molfino, tras abrir una puerta, se reencontró con su manada.

(A los chicos robados que todavía luchan por recuperar su identidad.)

* Tío de Martín Amarilla Molfino, el nieto 98 recuperado por Abuelas.


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