Lunes, 6 de Mayo de 2024
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Por Edgardo Pérez
Sábado, 13 de septiembre de 2014
De la sociedad de consumo a la cultura del buen vivir
En lo cotidiano, vivimos bajo paradigmas culturales que han sido impuestos por las culturas dominantes de la sociedad de consumo que, a la luz de repensar una nueva independencia, deberíamos replantearnos a efectos de intentar liberarnos y alcanzar una Patria Grande más justa, libre y soberana.


Aquellos paradigmas de las culturas de los países dominantes del capitalismo, subyacen en lo más profundo de nuestras culturas, a tal punto de que cuando intentamos fundamentar nuestro crecimiento o nuestro desarrollo de un formidable Proyecto Nacional que lleva más de una década (que es necesario remarcar, se encuentra en construcción), solemos utilizar conceptos concebidos desde pensamientos neocoloniales que no solo nos impiden consolidar los avances sociales, económicos y políticos, sino que lo ponen en riesgo en cada coyuntura, cuestionando hasta las posibilidades de ir por la profundización de las transformaciones.
Cuando abordamos nuestro propio desarrollo, sería saludable pensar de qué tipo de desarrollo estamos hablando y cómo medimos ese desarrollo, ya que resulta habitual destacar la cantidad de ventas autos cero kilómetro, TV, electrodomésticos, celulares con la última tecnología o cantidad de veraneantes en los centros turísticos, que si bien muestran una movilidad social ascendente, instalan peligrosos paradigmas de consumo material, que se instalan en lo más profundo de nuestra cultura, disimulando la globalización económica, el lucro de unos pocos y la exclusión de muchos a escala planetaria.
Según pensadores de la Escuela de Birmingham, el marxismo perdió su disputa con el capitalismo, debido a que este último planificó un proyecto de dominación en términos militares y económicos, pero centralmente en términos culturales, a través de la mundialización estilo de vida americano, que fue penetrando en nuestras culturas a través de las industrias culturales, en forma más evidente a través del cine que, luego de la segunda guerra mundial, sometió sin dificultades a Europa, porque esta necesitaba desesperadamente del ingreso de las películas de Hollywood para poder mantener las salas abiertas violando hasta sus propios cupos de pantalla y luego a América Latina mediante el monopolio del celuloide, donde incentivaron la producción del domesticado cine mexicano en detrimento del cine argentino, que no solo era independiente, sino que además estaba a merced de un “peligroso” proceso político con la llegada al poder del peronismo a mediados de los años ’40.
El modelo cultural así implantado durante décadas, pretende hacernos creer que la felicidad del pueblo se construye a través del ilimitado consumo de bienes materiales y muchas veces, no solo utilizamos los conceptos de desarrollo de esas culturas dominantes, sino que además los medimos utilizando los indicadores que ellos concibieron, por ejemplo midiendo nuestro desarrollo en términos de PBI, y que lleva a trabajadores de algunos gremios como los camioneros, pensar que lo que gana un recién iniciado no es suficiente, aunque llega a ser más de diez veces superior a lo de otros gremios. Bajo esta falacia de perseguir la felicidad en términos de consumo, todos los sectores sociales son conducidos a la infelicidad: las clases altas porque comprueban que aunque se consuman las mejores marcas de las multinacionales, no consiguen la felicidad y, las clases subordinadas, porque no pueden alcanzar los niveles de consumo de las clases altas que desde las pantallas de TV los muestran exultantes de felicidad comprando tal o cual marca de auto o consumiendo tal o cual marca de bebida.
Por supuesto que con estos paradigmas culturales, ningún desarrollo sería suficiente, no solo para la Argentina o Latino América, sino que en términos globales no alcanzarían todos los recursos naturales del planeta para que solamente los chinos, vivieran como la clase media europea. Estamos ante una crisis de consumismo que puede poner en riesgo la supervivencia misma de la especie.

¿QUÉ ENTENDEMOS POR DESARROLLO?
Primero es necesario acordar que el desarrollo sería útil, siempre cuando este se exprese o impacte en cada comunidad donde habitamos, es decir que debemos hablar de desarrollo local. Cuando abordamos la dimensión cultural del desarrollo local, es preciso conceptualizar el tipo de desarrollo que estamos proponiendo superando la visión economicista, ya que para Cornelius Castoriadis (1984), “el concepto de desarrollo es una categoría del pensamiento occidental y no un dato de la realidad como ese mismo pensamiento quiere hacer creer”.
Podemos definir al desarrollo local como “un proceso de recuperación de la comunidad de proyecto construida entre quienes comparten un hábitat común” (de Sá Souza, Fernando. 2007) [ ].
Bonfil Batalla (1991) define “campo mundial de lo humanamente propio”, que es donde residen las comunidades interculturales que pretenden vivir dignamente dándole un sentido de plena humanidad, acotando el “campo mundial de lo humanamente ajeno”, que se orienta a la degradación y a la muerte, vacía de solidaridad y sentido humano [ ].
A partir de estos conceptos podemos diferenciar dos tipos de desarrollo cultural: el humanizante y el deshumanizante.
En el desarrollo cultural humanizante, el deseable desarrollo económico utilizando a “la cultura como recurso” [ ], está subordinado a las decisiones colectivas, voluntarias, democráticas, participativas y utilizando recursos propios de nuestras comunidades, respetando nuestro ecosistema, con un mismo horizonte simbólico en la región, respetando las diversidades culturales, conviviendo armónicamente, para que la vida del hombre tenga un sentido histórico del ser, se proyecte dignamente hacia el futuro donde los beneficiarios seamos todos, en una sociedad más justa e igualitaria.
El desarrollo cultural deshumanizante, está anclado en el falso paradigma de que la cultura como recurso persigue únicamente la dimensión económica en la cultura del tener, donde las decisiones son impuestas por unos pocos, las ganancias son también para unos pocos (generalmente, los mismos), agudizando las desigualdades sociales, con elementos culturales impuestos, rompiendo con los sentidos históricos y las raíces o identidades culturales de las comunidades, fragmentándonos en segmentos de consumidores. Este modelo fue amo y señor de nuestra sociedad en los años ’90 donde el neoliberalismo falsamente marcaba el “fin de las ideologías” y el triunfo definitivo del modelo unipolar capitalista, con millones de personas condenadas a la marginalidad o la exclusión y que tuvo fin en la explosión social argentina del año 2001.

LOS INDICADORES
Durante la Gran Depresión, la administración Roosevelt encargó la implementación del “sistema unificado norteamericano de contabilidad nacional”, creando así el índice PBI (Producto Bruto Interno), que fue usado desde entonces para medir el bienestar material de la sociedad y como un reflejo de lo adecuado o no de las políticas económicas aplicadas.
El PBI es la herramienta de medición privilegiada que se instrumenta en el modelo de desarrollo que desembarcó en el mundo luego de la Segunda Guerra Mundial . Esta concepción de la economía y de la vida social considera que desarrollo es sinónimo de crecimiento, lo que en la práctica, entre otros problemas, plantea la aporía de un crecimiento económico ilimitado en un planeta finito. El PBI es utilizado entonces para medir el crecimiento y se expresa con una cifra (generalmente en dólares estadounidenses) resultante de la suma de todos los bienes y servicios producidos en un país en un año calendario. Esto significa que en la composición del PBI suma tanto la producción de alimentos, como el incremento de la industria cinematográfica y la fabricación y comercialización de armas, sin que esto requiera un análisis o un posicionamiento ético político al respecto. Luego de algunos cuestionamientos, en la década del 90 se amplía este indicador con el Índice de Desarrollo Humano, que toma otras variables además del crecimiento económico, pero siempre dentro de la ideología del desarrollo como crecimiento ilimitado y unilineal.
Es necesario resaltar que ningún instrumento o técnica es neutral, siempre son concebidos y empleados dentro de un marco ideológico que se instrumenta según determinados intereses y relaciones de poder. Basta el ejemplo de que con los indicadores que hemos mencionado se determina qué países son los “desarrollados”, cuáles son los “subdesarrollados” y cuáles son los países con economías “emergentes”. Para el caso, estos instrumentos de medición están al servicio de intereses geopolíticos colonialistas que se naturalizan incluso al interior de los países cuyos resultados dan un PBI por debajo del de los “desarrollados”, y es entonces como las personas llegan asumirse a sí mismas como pertenecientes a países subdesarrollados, del Tercer Mundo o, al decir de los grandes medios de comunicación, “poco serios”.
Estos sistemas estadísticos evidencian el enorme y ambiguo poder de los números: pueden servir tanto para encubrir y para invisibilizar las historias de vida que están detrás de ellos, como para “contar”, en determinados ámbitos, ciertas situaciones y contextos que de otra manera no logran comprenderse en su totalidad. Si desconocer que los sistemas estadísticos están limitados para reflejar procesos y abordar aspectos cualitativos de la vida social, lo que se señala aquí es que la misma decisión de qué es lo que se va a medir y a cuantificar responde a una posición política y a una concepción cultural de la sociedad y del mundo. Máxime teniendo en cuenta que los resultados que arrojan estos instrumentos son rectores de políticas públicas, que se diseñan en función de sus interpretaciones y afectan a millones de personas.
En 1972, el rey de Bután, Jigme Singye Wangchuck, comprendió que los indicadores utilizados por los programas de desarrollo impuestos por el mundo occidental eran un instrumento más de colonialismo. Declaró entonces a la Felicidad Nacional Bruta (FNB) más importante que el Producto Bruto Interno, y que desde ese momento el país orientaría sus políticas hacia ese objetivo. La nueva Constitución de Bután dirige al Estado a “promover aquellas condiciones que permitirán la búsqueda de la Felicidad Nacional Bruta” (2008, artículo 9). La FNB mide la calidad de un país de manera más holística que el PBI, considera que el desarrollo beneficioso de una sociedad tiene lugar cuando el desarrollo material y espiritual se produce de lado a lado para complementarse y reforzarse mutuamente.
La FNB concibe que la felicidad es multidimensional- no se enfoca únicamente en el bienestar subjetivo con exclusión de otras dimensiones- y que internaliza otras motivaciones afines. Estas características difieren en mucho de la manera en que la literatura occidental aborda la “felicidad”. Al respecto, el Primer Ministro electo en Bután bajo la nueva Constitución adoptada en el 2008 asegura que “ahora hemos claramente distinguido la ‘felicidad’ en la FNB, de la efímera, placentera sensación de sentirse bien asociada tan frecuente con el término. Nosotros sabemos que la felicidad verdadera y duradera no puede existir mientras otros sufren, y proviene sólo de servir a otros, viviendo en armonía con la naturaleza, y realizando nuestra sabiduría innata y la verdadera y brillante naturaleza de nuestras propias mentes”.
La FNB se basa en cuatro criterios fundamentales: 1) Desarrollo socioeconómico equitativo y sostenible; 2) Buen gobierno; 3) Preservación y promoción de valores culturales; y 4) Pureza del medioambiente. La FNB supone una enorme ingeniería estadística compuesta por complejas fórmulas matemáticas destinadas a medir 9 áreas para las que se han seleccionado 33 indicadores diferentes:

Áreas
Indicadores
1 Bienestar Psicológico 1. Satisfacción de vida
2. Emociones positivas
3. Emociones negativas
4. Espiritualidad
2 Salud 1. Salud mental
2. Estado de salud autoinformada
3. Días saludables
4. Discapacidad
3 Uso de Tiempo 1. Trabajo
2. Sueño
4 Educación 1. Alfabetismo
2. Enseñanza
3. Conocimiento
4. Valores
5 Diversidad y Resistencia Cultural 1. Hablar un idioma nativo
2. Participación cultural
3. Habilidades artísticas
4. Driglam Namzha
6 Buen Gobierno 1. Desempeño del Gobierno
2. Derechos fundamentales
3. Servicios
4. Participación política
7 Vitalidad de la Comunidad 1. Donaciones (tiempo y dinero)
2. Relaciones con la comunidad
3. Familia
4. Seguridad
8 Diversidad y Resistencia Ecológica 1. Problemas ecológicos
2. Responsabilidad hacia el medioambiente
3. Daño de la vida silvestre (rural)
4. Problemas de urbanización
9 Niveles de Vida 1. Bienes
2. Vivienda
3. Ingreso per cápita
Total 33

En el marco de la FNB se asume que la felicidad es una experiencia profundamente personal y cualquier medida sobre la misma es necesariamente imperfecta. El índice FNB está formulado para proporcionar un incentivo para aumentar la felicidad, y esto no es sólo asunto de gobierno: requiere funcionarios públicos, empresarios y ciudadanos que se pregunten cómo pueden hacerlo. Se trata de ofrecer el índice como un bien público que ayude a responder esta pregunta de manera práctica.
En la actualidad, la FNB tiene cada vez más implicancias políticas y académicas, dentro y fuera de Bután: en el año 2004 se realizó en la ciudad de Thimbu, capital de Bután, el Primer Congreso Internacional sobre Felicidad Nacional Bruta, en el que participaron 80 profesionales de 20 países; el 72% del territorio de Bután está ocupado por bosques, no hay represa en los ríos, no existe actividad minera y hace unos años su agricultura fue declarada 100% agroecológica; el acceso a servicios de salud y educación es gratuito en este país; en Brasil se está desarrollando una experiencia piloto de medición con este índice; por último, el 18 y 19 de agosto de 2014 se desarrolló en La Paz, Bolivia, el II Encuentro del Dragón y el Cóndor “Vivir Bien, Felicidad, Buen Vivir”, en el cual Bután participó junto a Bolivia, Ecuador, México, Uruguay y Venezuela. El encuentro culminó con nueve conclusiones que apuntan a la armonía con la Madre Tierra, el equilibrio y la descolonización .
A diferencia del PBI, que oficia como instrumento de medición de un paradigma cultural y de un modelo de desarrollo que propone el crecimiento ilimitado y el consumo como motor de la economía y la vida social, la FNB es un índice que responde a otra lógica cultural y que pretende colaborar para que los habitantes de un país sean más felices en todos los órdenes de la vida.

EL BUEN VIVIR
Repensados los conceptos de desarrollo y los indicadores con los cuales se intenta medirlos, proponemos ir hacia la filosofía del “estar siendo” americano, que nos proponía Rodolfo Kusch, que no concibe al ser humano sin la naturaleza, porque es parte indisoluble de su existencia.
El paradigma del Buen Vivir es un proceso en construcción de un conjunto heterogéneo de miradas alternativas sobre el desarrollo, los modos de producción y la calidad de vida: el saber y la práctica indígena, los debates académicos, los movimientos sociales y ambientales con sus prácticas políticas, e intentando que la Madre Tierra sea reconocida como sujeto de derecho. Una cosmovisión de vida armoniosa y relaciones de equilibrio entre personas que, perteneciendo a diversas culturas de inmigrantes, criollos e indígenas, pueden convivir en paz respetando la naturaleza, cuyas relaciones son atravesadas por una fuerte espiritualidad que les da sustento.

Proponemos integrarnos junto a las naciones que han acordado paradigmas culturales del Buen Vivir-Felicidad-Vivir Bien, para que desde el paradigma de la abundancia (no de la escases), construyamos la felicidad de nuestros pueblos en equilibrio con la naturaleza y así independizarnos de modelos culturales que establecen formas de producción dominantes que producen exclusión y muerte, no solo de los seres humanos, sino de toda forma de vida sobre el planeta. Pensar en estos términos será nuestra Nueva Independencia.



Ver conclusiones en http://www.la-razon.com/sociedad/Encuentro-Vivir-Bien-conclusiones-descolonizacion_0_2109989070.html


Por Edgardo Pérez
Presidente Instituto de Cultura
Provincia de Chaco


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