Domingo, 19 de Mayo de 2024
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Gerardo Roberto Martínez
Lunes, 26 de mayo de 2014
Once años después
El 25 de mayo de 2003 comenzaba un nuevo período de gobierno constitucional en nuestro país. Néstor Kirchner, hasta entonces gobernador de Santa Cruz, había sido elegido presidente de la nación luego de que Carlos Menem, quien había obtenido más votos en las elecciones de abril, renunciara a la segunda vuelta, intentando debilitar a un hombre que sabía que le iba a ganar en las urnas.


Personalmente venía con el lomo garroteado por sucesivas decepciones y
me resultaba difícil creer a quien anunciaba en su discurso inaugural
“Es que nos planteamos construir prácticas colectivas de cooperación
que superen los discursos individuales de oposición. En los países
civilizados con democracias de fuerte intensidad, los adversarios
discuten y disienten cooperando. Por eso los convocamos a inventar el
futuro. Venimos desde el sur del mundo y queremos fijar, junto con
todos los argentinos, prioridades nacionales y construir políticas de
Estado a largo plazo, para, de esa manera, crear futuro y generar
tranquilidad. Sabemos adónde vamos y sabemos adónde no queremos ir o
volver”.

Había pasado poco menos de un año y medio desde que la gente gritaba
en las plazas “que se vayan todos”. Había vivido el regreso de la
democracia en 1983 como “una entrada a la vida”, tal como lo expresaba
uno de los lemas electorales de la campaña de Alfonsín y sin haberlo
votado, me alegró que triunfara un hombre que en su campaña decía que
“con la democracia se come, se cura y se educa”, prometiendo “levantar
la cortina de todas las fabricas” para industrializar nuevamente el
país, y que con esperanzas vi que en diciembre de 1983 se creaba la
CONADEP, que en abril de 1885 se iniciaba el juicio por los crímenes
del Proceso, pero que unos días mas tarde, ante una Plaza de Mayo
colmada con 200 mil personas que habían respondido a la convocatoria
para fundar una nueva república, el Presidente anunciaba que había que
implantar “una economía de guerra” y promovía “el ahorro forzoso”,
anunciando que “no habrá mejoras en el nivel de vida”.


Era difícil creer las palabras de quien decía “No es necesario hacer
un detallado repaso de nuestros males para saber que nuestro pasado
está pleno de fracasos, dolores, enfrentamientos, energías malgastadas
en luchas estériles, al punto de enfrentar seriamente a los dirigentes
con sus representados. Al punto de enfrentar seriamente a los
argentinos entre sí” para quien vio como en 1987 y respondiendo al
pedido de defender la democracia, ese mismo presidente anunciaba ante
el pueblo que “la casa está en orden”, enviando al día siguiente el
proyecto de Ley de “Obediencia Debida” que completaba la Ley de Punto
Final, que aseguraba impunidad a los genocidas.


No me resultaba fácil creer que “El cambio implica medir el éxito o el
fracaso de la dirigencia desde otra perspectiva. Discursos,
diagnósticos sobre las crisis, no bastarán ni serán suficientes. Se
analizarán conductas y los resultados de las acciones. El éxito se
medirá desde la capacidad y la decisión y la eficacia para encarar los
cambios” a quien había visto a un candidato que revoleaba un poncho
rojo y usaba patillas como Facundo Quiroga mientras prometía la
Revolución Productiva y el Salariazo, pasar luego a un programa
económico neoliberal, abandonar la Organización de Países No Alineados
e indultar a los militares genocidas.


Creer que era cierto cuando se decía “Se trata, entonces, de hacer
nacer una Argentina con progreso social, donde los hijos puedan
aspirar a vivir mejor que sus padres sobre la base de su esfuerzo,
capacidad y trabajo”, cuando recordaba que unos pocos meses atrás
había visto huir en helicóptero de la Casa Rosada a un presidente que
habiendo prometido ser el maestro, el médico de los argentinos, había
iniciado su mandato con dos muertos en Corrientes, había reprimido en
abril de 2000 una protesta sindical frente al Congreso de la Nación y
el 3 de mayo del mismo año en Salta, en otro hecho represivo, había
asesinado otro manifestante, dejando una treintena de muertos el 20 de
diciembre de 2001.


"No he pedido ni solicitaré cheques en blanco. Vengo, en cambio, a
proponerles un sueño: reconstruir nuestra propia identidad como pueblo
y como Nación; vengo a proponerles un sueño que es la construcción de
la verdad y la Justicia; vengo a proponerles un sueño que es el de
volver a tener una Argentina con todos y para todos” nos decía el 25
de mayo de 2003, en su discurso inaugural Néstor Carlos Kirchner. No
me resultó fácil creer, pero sus acciones me convencieron que era
posible gestionar con el Pueblo y para el Pueblo, y que era posible
trabajar para hacer realidad “los sueños de nuestros patriotas
fundadores y de nuestros abuelos inmigrantes y pioneros, de nuestra
generación que puso todo y dejó todo pensando en un país de iguales”.
Pasaron once años. Los temores a una nueva frustración que tuve aquel
25 de mayo no fueron reales. Néstor ya no está con nosotros, pero nos
convenció que era posible transformar la realidad a través de la
política y la militancia.


Y sigo aportando para que sea realidad aquel sueño que nos propusiera:
“quiero una Argentina unida, quiero una Argentina normal, quiero que
seamos un país serio, pero, además, quiero un país más justo”.

Gerardo Roberto Martínez
Presidencia de la Plaza (Chaco); 24 de mayo de 2014


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