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Jorge V. Pilar
Lunes, 3 de febrero de 2014
La Universidad y el tercer milenio
Desde la última década del siglo pasado, en las postrimerías del segundo milenio, el mundo, globalización mediante, comenzó a mostrarse menos estable, menos rígido y menos previsible de lo que nos tenía acostumbrados ¿Cómo gerenciar proyectos de largo plazo en épocas de permanentes transformaciones?


Desde la última década del siglo pasado, en las postrimerías del segundo milenio, el mundo, globalización mediante, comenzó a mostrarse menos estable, menos rígido y menos previsible de lo que nos tenía acostumbrados ¿Cómo gerenciar proyectos de largo plazo en épocas de permanentes transformaciones?

En principio, hay que reconocer que, independientemente de cómo sea el presente, el futuro no debe ser visto como sólo la prolongación temporal de una suma de situaciones coyunturales de la actualidad. En ese contexto, es necesario comenzar a mirar al futuro con las expectativas puestas en el desarrollo sostenible y sustentable.

Sin embargo, muchos líderes de la actualidad se han olvidado del pasado y del futuro, y viven un eterno presente.



El futuro ya comenzó



Lo que hagamos hoy afectará significativamente el mañana, a veces de manera obvia, otras veces de forma inesperada. En el presente está el germen del futuro.

Según el pensador Paul Saffo, del Institute for the Future, hay que prestar atención al amplio rango de posibilidades que se abren en cada “presente” y no apenas a un conjunto ilusorio de certezas sobre el aquí y ahora. Nos propone mapear las incertidumbres, pues la incertidumbre es siempre una oportunidad. Tal vez por ello, hay tantos pensadores y académicos abocados a encontrar herramientas para (tratar de) anticiparse a los cambios y a sobrellevar esa incertidumbre.

En un entorno turbulento hay que estar atentos a los imponderables, pues pueden ser el punto de inflexión de una nueva tendencia. Y, sobre todo, reconocer que el cambio nunca es lineal, aunque nuestras expectativas sobre él sí lo sean.

Hay que evitar confundir visión cortoplacista con “visión clara”. Para aprender a mirar hacia adelante hay que saber mirar hacia atrás, un tiempo que, por lo menos duplique nuestro horizonte de planificación, pues el pasado reciente rara vez es un predictor confiable del verdadero futuro. Los patrones y tendencias sólo se ponen en evidencia cuando se analiza un intervalo amplio.

Calificar los hechos como cosas del destino es reconocer nuestra incapacidad de anticiparlos, evitarlos o “domesticarlos”. Hay que esperar lo mejor, pero, al mismo tiempo, estar preparados por si ocurriese lo peor.

El futuro se diluye para los que sólo piensan en lo inmediato. Para ellos todo lo futuro se ve como amenazadoramente dinámico y aleatoriamente peligroso; desearían vivir un eterno presente, estático. Pareciera que para esas personas, luego de pasado el icónico año 2000, al que muchos vieron como el portal del futuro, el largo plazo entró en crisis.

El ingeniero e inventor Ray Kurzweil advierte el inicio de un cambio de época, caracterizado por el fin de todo tal como lo conocemos; el principio de algo nuevo, tremendamente transdisciplinario, donde, por ejemplo, veremos fusionarse la biología con los avances de esa trilogía revolucionaria, constituida por la genética, la nanotecnología y la robótica.

Todo ello generará gran inquietud en los que se sienten cómodos viviendo un interminable “ahora”. Por ello, como buscando conjugar el amor y el espanto, será necesario encontrar formas de amenizar las consecuencias de tener que superar la barrera de ese futuro que cada vez está más cercano.



El rol de la Universidad



Y aquí la Universidad debe comenzar a jugar fuertemente su rol de palanca y motor social. La Universidad debe instalarse como faro del porvenir, usina del futuro, cantera de la vocación por pensar diferente. La Universidad debe comprometerse a ser el semillero de los líderes del mañana.

Según Roger Martin, profesor de la Escuela de Management Rotman, de la Universidad de Toronto, para entender el éxito de los grandes líderes no sirve preguntarse qué hacen, sino que hay que analizar cómo piensan. La clave está en sus “mentes oponibles”, que les permite manejar, simultáneamente, ideas contrapuestas y generar una nueva, integradora y superior.

Donde muchos ven crisis, nuestros universitarios deben ver oportunidades y actuar con competencia. Y si son capaces de preguntar “¿por qué?” la suficiente cantidad de veces, podrán llegar a la raíz de esa crisis y de cualquier problema.

Un mundo tan dinámico requiere ser mirado de otra forma a como se hacía en el pasado. Es necesario pensar diferente, con la atención puesta en las incertidumbres, pero sin temerlas. Ese mundo requiere pensadores “integrativos”, creativos y audaces (aunque no temerarios), que se involucren con entusiasmo en la complejidad, que sin dudas irá creciendo.

Para desarrollar los nuevos modelos creativos que requiere el futuro que ya comenzó será necesario adicionar la lógica de “lo que podría ser”, a los recursos convencionales de la lógica de “lo que debe ser” y de “lo que es operativo”. Será imprescindible pensar nuevos modelos causales y, al mismo tiempo, estar preparados para afrontar los eventos casuales.

Una vez equipados con esas competencias, los pensadores “integrativos” deberán comenzar a adquirir su bagaje de experiencia, ese al que denominamos “maestría”. Una maestría que deberá estar basada en la originalidad, pues la maestría sin originalidad no pasa de ser simple memorización, sin olvidar que la originalidad sin maestría es superficial, hasta insustancial, cuando no simple esnobismo.



La clave, la educación



Permanentemente y desde hace bastante tiempo atrás, estamos hablando de cambios a nuestros sistemas educativos. Hablamos de reformar, reparar, reencauzar un sistema que no está del todo en fase con la realidad y las circunstancias de nuestros jóvenes y del mundo que nos rodea. Hablamos de evolución cuando, tal vez, deberíamos comenzar a hablar de revolución en educación.

Para que la Universidad cumpla con su rol de “faro del futuro”, los que estamos vinculados a ella debemos despertar la creatividad de nuestros alumnos, alimentar su espíritu, haciendo que se entusiasmen por aprender y pongan pasión en ello. Por eso, es necesario adaptar nuestros esquemas de enseñanza a las circunstancias de los jóvenes de hoy, los líderes del mañana.

La innovación en la industria es cuestión de “vida o muerte”, pero, ¿estamos fomentando la creatividad y la innovación en el ámbito de la Universidad?

Innovar implica cambios como, por ejemplo, desaprender algunas cosas que damos por ciertas y por buenas, inclusive en forma dogmática. Algunas veces, hasta será necesario desencantarnos con nosotros mismos, es decir, desafiar lo que podríamos llamar la “tiranía del sentido común”.

Sin otra certeza que la del punto de partida, hay que encarar ese fascinante viaje al futuro, incierto pero imaginable y soñable ¡Vale la pena aceptar el desafío!

Sinceramente, así lo creo.





Jorge V. Pilar

Ingeniero y Doctor en Ingeniería

Decano de la Facultad de Ingeniería de la UNNE


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