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Por Francisco Tomás González Cabañas
Miércoles, 15 de enero de 2014
Sí la Cultura sólo es Chamamé y Carnaval nos vamos a dar la cabeza contra un Mural
El siguiente es un extracto de mi próxima obra “Los Gentereí”, que habla de una cultura preexistente a la Guaraní, por tanto predecesora a la nuestra, en este apartado la temática cultural.


Podríamos inferir que este sistema organizacional que desarrollaron los Gentereí o los del bosque, fueron las bases mismas que desarrollo el feudalismo durante siglos en casi todas las extensiones del globo. De acuerdo a los patrones culturales y políticos reinantes, no se reconocían como un sistema de casta o clanes, sin embargo, estaban bien determinados tres estratos, que extrañamente no se distinguían por hábitos de consumo, por actividades a desarrollar, por privaciones o limitaciones, sino por el lugar, ni siquiera de hábitat general, sino de pernocte. Es decir, los Ahiteba, eran tales, porque dormían dentro de esas construcciones símiles a castillos, y esa es la única característica que abiertamente los hacía tales y los separaba tanto de los Chimbos, que eran tales precisamente porque pasaban horas del día dentro de las construcciones o de los castillos y de los Gentereí que eran quiénes habitaban y dormían en el bosque, en el descampado, en la intemperie.

Esta diferenciación social por pertenencia de hogar ante la nocturnidad, es toda una novedad en sí misma en relación a todas las culturas hasta ahora estudiadas, pues no hablamos de que ningún habitante tuvieran vedada, la participación política, de hecho es hasta llamativamente avanzado el sistema democrático o electoral que desarrollaron, tampoco la participación en festividades, la práctica de cultos, tampoco un conjunto punitivo o sancionatorio especial para quiénes no estuvieran en el manejo del poder. Técnicamente podríamos hablar que el sistema político/social/organizacional, les permitía a todos y cada uno de los habitantes el desarrollo por igual de sus deseos, expectativas o proyectos, dando por sentado por tanto que construyeron una sociedad democrática digna de nuestros tiempos. Sin embargo, la estratificación, que perduro en la nominalidad de las 3 clases de habitantes, nos brinda el hiato que hace posible que al recorrer por dentro este sendero, veamos que en verdad, esa clase gobernante (Los ahiteba, que de acuerdo a ciertos filólogos especializados en lenguas amerindias, podría significar “los puros, los de verdad, los auténticos”) sometió con un poder hipnótico, enmadejo a más no poder, encorsetó al extremo de solo permitir un resquicio de aire, maniato pérfida y perversamente al resto de los habitantes, que sometidos a estos, vivieron durante años y por generaciones, como narcotizados, en un sistema de cosas que explícitamente no prohibía nada, pero que implícitamente sólo dejaba subsistir con la única razón de servir, en una suerte de lacayismo oculto, a quiénes idearon, con la malicia real de las almas más egoístas y con la astucia y genialidad de lo demoníaco esta cultura que tenemos bajo estudio.

De acuerdo a manifestaciones que fueron recogidas y asimiladas por la cultura Guaraní (la que absorbió indudablemente elementos sustanciales de estos sucesores suyos y que ameritaría otra investigación) hubo de existir una clara muestra de lo que acabamos de señalar mediante la relación que generaron con los denominados “intelectuales u hombres de la cultura”.

Los gentereí poseían una alta estima, daban un valor superlativo a la suma de años, al alcance de la ancianidad. Sí bien esto es una particularidad de las culturas antiguas (siempre el perdurar con el paso del tiempo, ha sido como una referencia ante la condición sempiterna del hombre, ante lo ineluctable de su finitud el logro de permanecer en ese transcurrir en el tiempo) en este caso, quiénes eran representantes de una tercera generación, es decir alcanzaban el abuelazgo, decididamente eran consultados recurrentemente y por lo general, más allá de que tuviesen o no capacidad o trayectoria en el mundo de la cultura (como generadores de expresión mediante un instrumento o la palabra) los depositaban en esta suerte de gueto que les daba un lugar en la sociedad, en ese intersticio, patrimonio de los chimbos, a mitad de camino, o de lugar en verdad, entre los dominantes y dominados. Como vimos los chimbos, eran los siervos, que prestaban toda clase de servicios y a cambio de ello, recibían como premio, el permanecer unas horas en los lugares magnificentes de los Ahiteba, en sus castillos, en sus círculos de actividades tan distinguidas y limitadas para el resto, de quiénes gobernaban a esos otros con el hipnótico poder de la sugestión. La funcionalidad de los hombres de la cultura, fue decisiva y determinante para el desarrollo de ese poder hipnótico. El ropaje que le brindaban a esos ancianos que no tenían, en la mayoría de los casos, nada más interesante que ofrecer que su proximidad con la muerte, no era producto de la casuística (más adelante incluso utilizada por los Jesuitas para dominar a los Guaraníes) sino más bien la acción premeditada para la dominación. Como se ha observado en otras investigaciones acerca de esta cultura que nos ocupa, una de sus festividades más importantes era un baile de disfraces y máscaras, con cantos y bailes incluidos, que reproducían o imitaban a animales o fenómenos de la naturaleza, el otro, que se daban incluso en lapsos próximos de tiempo, era una suerte de concurso de una cantata o estilo musical que los identificaba. Bajo este ritmo, que lo generaban con instrumentos de viento y con expresiones de sus intérpretes que podían incluir gritos o voceos amatorios o desafiantes, aglutinaban a muchos integrantes de la cultura e incluso de visitantes de otros lugares. Estos dos hitos o festividades, como todas, manejadas, organizadas y controladas por los Ahiteba, fueron consagradas como los hechos culturales en sí mismos, cualquier otra actividad que refiriera a expresiones del alma, mediante la palabra o instrumentos que no tengan que ver con lo señalado, no eran consideradas acciones culturales e incluso quiénes hubiesen tenido la infeliz idea de desarrollarlas, seguramente hubieron de ser censurados y perseguidos. Los ancianos designados como hombres de la cultura, tenían como tarea el sacralizar estos hitos, incrementar las proezas que se podían alcanzar mediante el participar en las mismas, narrar en todo momento y lugar, las bondades de las mismas y señorear en tal sitial de la expresión del alma, que de acuerdo a los dominantes, eran solo patrimonio de estos ancianos que hablaban, escribían y pintaban lo que el poder les exigía que hicieran pues le debían lo que eran a quiénes manejaban no sólo los elementos concretos del poder público sino también las cuestiones abstractas de un pueblo enajenado en sus perspectivas, posibilidades y deseos culturales y espirituales. Estos perros del Hortelano o Cancerberos, fueron los precursores de los intelectuales del feudalismo, que no se distinguían de los siervos comunes o de las criadas que limpiaban las heces, más que por el servicio de divertimento que prestaban, pues la reafirmación de la colonización que ejercían no eran percibidos por estos seres, en la mayoría de los casos, carentes de talento, inteligencia, creatividad y gracia. Cumplimentaban su rol, porque así les habían asignado, sin posibilidad, ni deseo de que realizar con sus vidas de acuerdo a los dictados de una libertad auténtica proveniente de la esencia del alma. Se estima que de los gentereí que fidedignamente hubiesen querido desarrollar una actividad cultural, entendida en su sentido lato, además de enfrentarse a la indiferencia y a la persecución por parte de estos mediocres enraizados por los dominantes, tuvieron que desarrollar una suerte de camuflaje o de acción que pasase inadvertida para el presente en el que les toco nacer y desarrollarse. No se descarta que en años venideros las investigaciones para conocer algo más de esta cultura sorprendente, pueda deparar novedades ingentes en relación a uno de los grupos, sin dudas más afectados, por el desarrollo de esta forma de vida social y política, sumamente clasista, elitista y limitante para quiénes no fuesen funcionales a los amos y señores del poder.


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