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Por Delfo Rodríguez para la Revista CIMA
Martes, 8 de octubre de 2019
Alejandro Raúl Acosta: Del sueño a la realidad, sólo un paso
Cuando era niño su imaginación viajaba más rápido de lo normal. En la adolescencia se acentuó y ya de adulto la aplicó a su proceso creativo, en grandiosas composiciones musicales.


Alejandro es chaqueño, un hombre que se caracteriza por la composición musical. Desde niño esa inclinación vivía con él pero no la exteriorizaba por temor a ser denominado el loco de la cuadra. Su obra no es solo magnífica, está en la vereda opuesta a la solemnidad y con ella logró cautivar hasta el oído musical más exigente.

“En mi familia no son muchos los ligados al arte, la cualidad de la mayoría es que son autodidactas. Calculo que esa ha sido mi herencia familiar. En mi infancia yo tenía una doble vida. Por un lado iba a la escuela y luego jugaba con mis amiguitos a los juegos tradicionales, el trompo, la pelota y protagonizaba travesuras en las inmediaciones de la laguna. Por el otro, me refugiaba en mis actividades solitarias la investigación sobre las viejas radios valvulares, la electrónica del momento, y me disponía a escuchar música clásica”.


EL DESCUBRIMIENTO MUSICAL

“Un día, uno de mis amigos me invitó a su casa. Él tenía un proyector y vimos una película. ¿Cuál era?, nada más y nada menos que Star Wars, la Guerra de las Galaxias. Imaginemos hasta donde llegó mi fascinación. No por eso me creía un niño diferente, era de lo más normal pero había muchas cosas que, en ese momento, a mis pequeños amigos no les atraían”.


“La película en cuestión tenía la música de John Williams, y quedé fascinado con ella. En ese momento tenía seis años. Por otro lado, siempre andaba en la búsqueda y eso me llevó al viejo armario de la abuela en el que encontré discos de pasta con música clásica. Ese impacto inicial hizo que, tiempo después, dentro de mi pasara algo distinto a lo que sucedía en el interior de mis amiguitos. Cuando crecí empecé a notar que esas vibraciones y sonidos musicales despertaban en mi distintas emociones, hasta me animaba a viajar con el pensamiento y revivir aquellas fantasías que tuve en la infancia”.


“Eran tiempos en que vivía en dos mundos, el externo donde era sociable y compartía todo con mis amigos y el interno que era maravilloso y único, donde yo desarrollaba todas mis fantasías, cada uno con una ubicación temporal distinta. Pero además, siempre me gustó investigar, tenía mucha curiosidad por lo desconocido. Mi padre, antes de ser bancario, fue técnico electrónico y a mí me gustaba mucho experimentar y, gracias a eso, aprendí electrónica. Poco después cuando aparecieron los integrados, me dedicaba a reparar viejos aparatos de gente que los conservaba”.


EL COMIENZO ACADÉMICO


“Siempre escuchaba música y para ello ponía los discos, me parecía maravilloso que ese sonido cautivante se produjera de esa manera. Pero un día fui a un cumpleaños y allí había un músico que tocaba en vivo la guitarra, interpretando un chamamé. Otra vez el asombro se adueñó de mí, no podía creer que ese instrumento entregara un sonido más puro de lo que escuchaba en un disco. Me invadió la curiosidad y quise aprender a tocar la guitarra. Con solo 8 años ingresé en la Escuela de Música para estudiar guitarra, a los dos años era obligatorio estudiar piano y lo hice.

Además, me fui interesando por otros instrumentos, el clarín, el violoncelo, el bajo y la percusión. Al violín me animé cuando fui más grande”.


PRIMEROS PASOS

“Estando en la escuela y habiendo conocido todos los instrumentos fui entendiendo que yo no era músico, un intérprete, sino que yo quería saber cómo se llegaba a la música y cómo se lograba ese principio básico de combinar los sonidos. En ese instante hice una retrospectiva de mi vida y me di cuenta que aquello que me pasaba siendo niño, no era propio de la edad como la sociedad estructurada en la que vivimos sostenía, sino que seguía latente dentro de mí, supe que mis fantasías no se habían apagado sino que resplandecían y que tanto los sueños y la imaginación continuaban cultivando mis emociones y las sensaciones más diversas. Eso hizo que mi búsqueda fuera por otro camino, yo no aspiraba a tocar y ser un artista reconocido.

A mí me atraía la creación y la magia que lleva implícita ese acto. Mi mundo infantil, imaginario y real, hoy era mi mundo juvenil y mañana sería mi mundo adulto. Una especie de locura apoyada en la sabia cordura de los que se permiten ser sin importar cómo se ven.”

Actualmente Alejandro se dedica a contar historias a través de la música, conformando una secuencia de emociones hilvanadas por un sentimiento universal. Su formación es muy práctica en el sentido figurativo de la palabra, porque en realidad su talento no tiene fronteras y lo utiliza convenientemente, no abusa de él y eso se nota en cada tema que compone. Es un autodidacta que naturalmente va creando un proceso que es como todo en su vida, dejando fluir esa revolución interior que es tan libre como él.

“En el 2004 fue la primera vez que me contrataron para musicalizar la Bienal de Esculturas, el acontecimiento artístico más
importante en la provincia y de gran trascendencia nacional e internacional. La misma consistió en un video de imágenes en movimiento y con la música creada para la ocasión, con todos los instrumentos ejecutados por mi, grabados por separado y luego ensamblados. Funcionó todo muy bien y así continuó en los años siguientes, hasta que en el 2014, el director de la Bienal, me sugirió introducir algunos cambios, los cuales consistían en que rompiéramos un poco la formalidad e incorporamos algunos instrumentos ejecutados en vivo. Acepté porque me pareció válido en innovador, aunque no imaginaba cómo sería hasta que comencé a crear esa obra. Para ese momento elegí 4 instrumentos distintos, los que no quedaron registrados en la pista principal. Llegó el día y tuve que subir al escenario, siendo que, como dije, nunca me sentí intérprete sino que lo mío pasaba por la composición. Me instalé con los instrumentos elegidos y cuando llegó el momento de la intervención yo los tocaba en vivo. Para mi sorpresa y la de mucha gente, el proyecto funcionó, pegó fuerte en el público que aplaudió de pie y a partir de ese hecho continuaron las innovaciones”.


LA BIENAL DEL DESPEGUE

“En el 2016 se produjo el hito más trascendente de mi historia con la música de la Bienal. Necesitaba unos timbales para la música que había creado, así que con mucho temor fui a ver a Víctor González, director de la orquesta sinfónica, para pedirle el instrumento en cuestión. Su respuesta me sorprendió: ‘cuenta con ello’. Pero no solo eso, a modo de comentario me dijo, que en la próxima edición le gustaría que estuviera en vivo la orquesta sinfónica, interpretando mi música. Casi me caigo de espalda, ni en mi sueño más remoto hubiera imaginado eso, que mi música, realizada por un compositor autodidacta que nunca estudió música y no tenía los conocimientos necesarios para amar un tema de acuerdo a las reglas musicales vigentes, fuera reconocida por la orquesta sinfónica oficial. Se estaba cumpliendo el sueño del pibe que fui cuando escuchaba la música de los discos de mi abuela o la de la película de la Guerra de las Galaxias. La única objeción que atiné a decir es que había un solo de violín para lo cual no me sentía en condiciones de escribir la partitura, a lo que me respondió el director, produciendo el colmo de mi asombro: ‘eso no es un problema. Hacelo vos al solo’. La experiencia fue increíble y el público no paraba de aplaudir”.


EL THEREMÍN

Es su última gran aventura. Un instrumento que se ejecuta por vibraciones y que se asemeja a un ‘emocionómetro’, palabra que no cabe en el diccionario, pero que en su vocabulario tiene cabida porque este hombre no conoce los imposibles. Su capacidad de emocionar es tan intensa que esa música que brota de su talento es la posibilidad de transportarnos a al mundo mágico de su niñez.



FOTOS JORGE TELLO


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